martes, 6 de mayo de 2008

Primeras impresiones, que son las que cuentan

Budapest

Es poco lo que puedo decir de Budapest. Pero no poco porque Budapest ofrezca poco: al contrario, es una ciudad indescriptible. Cuando estén por Europa, no dejen de hacer lo siguiente: vayan a Pest, cruzan el puente, previo acercarse a los leones que lo custodian, sin lengua eso sí, motivo por el cual se dice que el autor se quitó la vida al notar su olvido, (¿observaron ustedes como la historia de los atractivos turísticos se compone en gran medida de arquitectos que se suicidan luego de construir los más famosos monumentos? ¿Qué le hace creer a los inventores de leyendas urbanas que la paradoja del genial arquitecto suicida garantiza el éxito?) llegan a Buda, suben la colina del castillo, llegan al castillo, ahí donde está el monumento a no sé qué rey, el primero creo, uno que seguro nunca faltó a la escuela y/o murió en la pobreza. Bueno, ahí hay un café. Se sientan, piden algo, miran el panorama en dirección al Danubio y ríanse de los Champs Elisées y London Bridge, que, is falling down, falling down .


El discreto encanto de la modestia...

(o el periodístico arte de buscarle atractivos a un lugar que no los tiene) Algunas ciudades tienen mala suerte. Pobrecita Bratislava, con buena voluntad, ella hace lo que puede, que no es mucho, pero ahí encerrada, acosada por la merecida arrogancia de sus vecinas Budapest, Viena y Praga, que se la comerían para el desayuno sin necesidad de masticar, si notaran su presencia, su ya de por sí escaso brillo termina de esmerilarse. Si en cambio la hubieran puesto a 50 kilómetros de Tokio o de Osaka, estoy seguro de que, adecuadamente publicitado, constituiría un bonito paseo dominguero para los atareados nipones, que bien merecido se tienen algún día de descanso, la verdad sea dicha y vaya para ellos mi más fervosoro afecto.

Viena

Lo primero que sentí cuando llegué a Viena, y lo sentí sin pensarlo, fue “que bueno estar en un país donde entendés el idioma.” Me llevó un largo segundo darme cuenta de que yo no sé alemán. Nada, nicht. Pero no se nota. Después de estar un buen tiempo en Hungría, cuyo vocabulario es, como la voluntad del Señor, insondable, pues el alemán se me hace equivalente, poco menos, al uruguayo. Tiene alguna sutil diferencia con mi idioma natal, sí, pero con un poco de buena voluntad, hablando se entiende la gente. Se entienden mal que mal los carteles, los titulares de los diarios, los menúes y sus precios, y hasta puede uno preguntarle a herr Coletiveren si la próxima es la parada donde uno se tiene que bajar. En eso, sí: en Viena uno se siente como en casa.

Aunque cuando le pregunté al señor de bigotes wier ist die subahnempuhensstruhenbahenstop, bitte, se me quedó mirando raro. Se ve que no es el mismo dialecto que en Alemania.


1 personas opinaron sin que les pregunten:

Evelyn Spalding dijo...

Yo me sé la de un arquitecto que murió atropellado por un tranvía,¡esa es todavía mejor que la del suicida!