Juanes tiene la camisa negra y es el único latino omnipresente en estas latitudes. A Maradona ya pocos lo recuerdan, aunque al escuchar el nombre de aquel país poco menos que imaginario, a varios marroquíes todavía la asociación les resulta inmediata.
En la terminal de ómnibus de Ouarzazate, en el interior profundo y tradicionalista, dos chicas con típico atuendo musulmán me miran. Nos miramos. Se ríen nerviosas y cuchichean. Me hago el distraído un rato, vuelvo a mirar, vuelven a reírse con más energía y visiblemente más nerviosas. Nuevos cuchicheos. El juego de seducción con un occidental infiel es algo fascinante y prohibido, pero la ventanilla de micro que nos separa lo habilita.
En Gorgès intento comprar una pulsera en un puesto cualquiera de una larga hilera de puestos similares. El vendedor me pide 100 dirhams, que es una locura, pero no sorprende: acostumbran pedir como si nada 10 veces el valor de las cosas, lo cual no siempre es negociable. Ofrezco 25, para gran congoja y lamento del vendedor. Sorprendido, dolido, me explica cuánto más cara le cuesta, pero que me la va a dejar a 80 porque soy el primer cliente del día y quiere abrir la puerta a buenos negocios. Baja así a 80, 60, 45, gran indiferencia de mi parte. Para que me dejara ir tuve que darle mi palabra, así enfatizó, de que volvería. Horas después vuelvo pero los descuentos adquiridos ya se habían perdido. Vuelta a empezar, pero la posibilidad de mi alejamiento esta vez definitivo lo convence, al fin, de aceptar los 25 que, probablemente, aún sea caro. Tras sortear las múltiples maniobras para quedarse con el vuelto, y todavía con mi flamante adquisición en la mano me alejo apenas unos metros, cuando ya otro vendedor corre con una pulsera igual y me la ofrece con vehemencia a 5 dirhams. Le tiendo 10. Pero no tiene cambio, no me la puede vender.
En Marrakech, después de dos noches comiendo de arriba, ofrezco preparar una cena. Mis anfitriones me indican donde encontrar un pollo fresco. Llegado al comercio en cuestión, hube de elegir cual de entre esos pollos que tan orondos se paseaban, ignorantes de su trágico e inmediato destino, sería el primero en ir al encuentro de su creador.
Tren Marrakech- Casablanca. Me acompañan en el camarote un marroquí y una familia de 6 húngaros, los nuevos ricos europeos. Nos muestran los souvenirs adquiridos en los souks (mercados) a precios, según ellos, irrisorios. Exhibe el jefe de familia con gran orgullo a saber: Una lámpara de Aladino. Collares y brazaletes varios. Un frasco pintado. Un plato con ornamentos que consiguió hábilmente a sólo 50 euros en vez de los 100 que le habían pedido en principio. El marroquí y yo también creemos que es un precio irrisorio, de modo que nos reímos a carcajada limpia mientras compartimos sin duda nuestra alegría con la del feliz vendedor.
lunes, 14 de abril de 2008
Postales desde Marruecos
Publicado por Ezequiel a las 18:55
Etiquetas: Crónicas de viaje
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 personas opinaron sin que les pregunten:
Ahhh sí, eso sí que es pollo fresco.
el colmo de la frescura, diría yo
muchas gracias por la pulsera! me encanta :)
Publicar un comentario